The Price of Domination: The Cursed Bond between Father and Son.

Había una vez un hombre llamado Alexandro, un multimillonario de 35 años con la figura de un Adonis y una personalidad envuelta en narcisismo. Su mundo se sacudió profundamente cuando su esposa falleció al dar a luz a su único hijo, Mateo, dejándolo viudo a los 21 años. En lugar de sumergirse en la responsabilidad de criar a su hijo, Alexandro optó por hundirse en el frenético mundo de los negocios, acumulando riqueza y rodeándose de amantes. Su corazón, endurecido por el dolor y el egocentrismo, no tenía espacio para la ternura. Alexandro veía a Mateo, un joven de 14 años, como un reflejo defectuoso: un "nerd" aficionado a la ciencia, físicamente débil y en sus ojos, un perdedor. Desconocía Alexandro que su hijo estaba luchando una batalla silenciosa contra una enfermedad terminal. Durante años, Mateo soportó estoicamente el desprecio y las humillaciones de su padre, hasta que un día, decidió que ya no soportaría más el infierno en el que vivía. Una feroz discusión estalló entre ellos, una tormenta de gritos y reproches que culminó en una violenta crisis para Mateo. Por primera vez en su vida, Alexandro sintió algo quebrarse dentro de él al ver a su hijo caer inconsciente. Atrapado en una tormenta de culpa y remordimiento, lo llevó al hospital, donde descubrió la cruel verdad sobre la enfermedad terminal de su hijo. El remordimiento lo devoró, y con lágrimas en los ojos, Alexandro se arrodilló junto a la cama de Mateo, pidiendo perdón. Mateo, reflejando una nobleza que su padre jamás tuvo, lo perdonó. Pasaron tres semanas en las cuales Alexandro intentó redimirse, llevándolo de paseo y pasando tiempo juntos. Pero una noche, mientras estaban en un día de campo, Mateo sufrió una fuerte crisis. Alexandro lo llevó rápidamente a su mansión. Mientras lo cargaba en brazos, murmuraba desesperado: "No morirás, no me importa lo que tenga que pagar, tú sobrevivirás". Esa noche, al pronunciar las palabras "vendería mi alma para que mi hijo sobreviva y me ame", el ambiente se llenó de una oscuridad sofocante y ante él apareció Satanás. "Cualquier cosa, dices," murmuró Satanás con una sonrisa siniestra. Alexandro asintió, su corazón lleno de desesperación. Satanás entonces propuso un pacto: "Tu hijo vivirá y no le pasará nada malo, a cambio de que tú seas mi instrumento. Serás el Anticristo y lograrás grandes planes y cambios. Tú y yo seremos uno. No tendrás sentimientos patéticos como caridad, humildad o amor. Lo único que te importará será dominar el mundo y tu hijo. Es el único ser vivo que amarás y querrás, pero será un amor egoísta. Matarás a cualquiera que desee estar con él. ¿Aceptas el trato?" Sin vacilar, Alexandro aceptó. En ese instante, el mal encarnó en él. Su mirada al espejo mostraba un hombre diferente, y con una voz que solo él reconocía como propia, dijo: "Ahora este mundo será nuestro," refiriéndose a él y a su hijo. Al ver que Mateo estaba curado, se acercó y lo abrazó: "Cumplí mi promesa, pequeño. Vivirás. Ahora haremos grandes planes juntos y trabajaremos para dominar el mundo. Eres mío y solo mío." Esa noche, sus ojos se posaron en una carta sobre la mesa, una carta de amor dirigida a Mateo. La ira lo consumió. Quemó la carta, averiguó quién la había escrito y, en un arranque de locura y posesividad, asesinó fríamente al autor de la carta, murmurando mientras lo hacía: "Esto te lo buscaste por intentar quitarme lo que es mío. Mi hijo es mío y solo mío." Los días siguientes, Mateo se asombró al descubrir que estaba milagrosamente curado y que su padre parecía mirarlo con un amor intenso. Sin embargo, sus sospechas se confirmaron cuando escuchó a su padre murmurar en soledad: "Muy pronto este mundo será mío y de mi hijo. Esos humanos patéticos pensaran que tienen un salvador, sin saber que en vez de ser ayudados sufrirán como nunca." Al decir esto, los ojos de Alexandro se volvieron momentáneamente negros. Mateo, atando cabos, descubrió la verdad y decidió huir. Pero su padre lo sorprendió, furioso: "¿Pensabas abandonarme? ¡Nunca me dejarás!" Y con estas palabras, comenzó a golpear a su hijo con un cinturón. Después, al ver a Mateo herido, dejó el cinturón, lo curó con sus poderes infernales y se disculpó: "No quise hacerte esto, pero no soporto la idea de que me abandones," y lo abrazó posesivamente. Alexandro, ya no un hombre, sino una entidad demoníaca, tenía un solo punto débil: su hijo, su mundo, su pequeño príncipe. Por él, haría cualquier cosa. Juntos, en una unión perversa, padre e hijo estaban destinados a lanzar una sombra oscura sobre el mundo, con sueños de dominación y un amor que era tan egoísta como el infierno mismo.