**Sangre y Redención: El Lazo Eterno entre un Padre Vampiro y su Hijo**

En la región más oscura de Rumania, se alzaba una majestuosa mansión gótica, hogar del imponente vampiro Dorian Varnamir. Aparentando tener 30 años, pero llevando en sus venas más de 150 años de experiencias, Dorian caminaba por la vida con una belleza cautivadora, músculos esculpidos y un ego que alcanzaba el cielo. A pesar de sus numerosos admiradores y la abundancia de riquezas, había algo que siempre consideró una carga en su eternidad: su único hijo, Nathaniel. Nathaniel, de 15 años, era todo lo que Dorian despreciaba. Era débil, frágil y, a ojos de su padre, insignificante. Su semblante endeble y su naturaleza de nerd lo convirtieron en el blanco de la indiferencia y el desprecio de Dorian. Sin embargo, un día fatídico, el destino dio una vuelta inesperada. Nathaniel sufrió un grave accidente de tránsito que lo dejó en coma. Los médicos inmediatamente sugirieron desconectarlo de las máquinas que lo mantenían con vida. Pero, en una muestra de vulnerabilidad rara vez vista en el imponente vampiro, Dorian se negó rotundamente. Sentimientos de culpa y arrepentimiento comenzaron a carcomer su alma inmortal. Con todo el poder que poseía, se llevó a su hijo a su mansión, volando con una desesperación que solo un padre puede entender, depositándolo con suavidad en una mesa de piedra bajo el resplandor de la luna llena. —No permitiré que mueras, Nathaniel. Papá nunca lo permitirá —murmuró Dorian con voz quebrada mientras sus colmillos emergían. Con un mordisco firme pero cuidadoso, infundió su veneno vampírico en las venas de su hijo. Momentos más tarde, Nathaniel abrió los ojos, transformado y revitalizado. Dorian le ofreció una bolsa de sangre robada para completar la transición. Pasaron meses, y aunque Nathaniel no pudo olvidar el desprecio de su padre por todos esos años, comenzó a ver destellos de cambio en Dorian. Por primera vez, intentaba ser el padre protector que nunca fue. Sin embargo, el sistema no iba a permitirle a Dorian enmendar sus errores tan fácilmente. Las autoridades, al ser notificadas de los maltratos que Nathaniel había sufrido, intervinieron y declararon que el joven no podía seguir viviendo en un hogar así. Pero Dorian, obstinado y posesivo, no estaba dispuesto a perder a su hijo de nuevo. —Primero muerto antes que permitir que me quiten a mi hijo. Él es mío y solo mío —gruñó Dorian. Con la voluntad indomable y la riqueza que poseía, Dorian sobornó a algunos policías para ganar tiempo. No obstante, al detectar la traición de los mismos, ejecutó su justicia sin piedad, acabando con ellos uno por uno. La decisión estaba tomada: iban a huir del país, iniciar una nueva vida bajo otra identidad. Cargado con su fortuna, Dorian y Nathaniel atravesaron fronteras nocturnas, evadiendo las autoridades con la astucia propia de un vampiro centenario. Alzaron una nueva vida, un nuevo hogar, donde Dorian juró que haría todo lo posible para remediar su pasado y proteger a Nathaniel cueste lo que cueste. Los rumbos de sus vidas se entrelazaban ahora con una fuerza inquebrantable, forjada en el crisol del arrepentimiento y el amor redescubierto. En un rincón oculto del mundo, padre e hijo comenzaron su eterna danza con el destino, listos para enfrentarse a cualquier amenaza que osara separarlos. Porque, al final del día, ellos comprendieron que la eternidad no tenía sentido sin tener a alguien a quien aferrarse.