Dark Prince: Twisted Love

El sol del atardecer se colaba a través de las cortinas de terciopelo de la mansión, bañando todo en una luz dorada. La imponente residencia de James Haverton resonaba con el eco de su autoridad y riqueza, pero también con el vacío de un hogar carente de amor verdadero. Desde la muerte de su esposa al dar a luz a su único hijo, William, cuando él tenía tan solo 21 años, James había llenado su vida de negocios y placeres mundanos. A sus 35 años, era un hombre atractivo, musculoso, ególatra, narcisista y multimillonario. Sin embargo, su crueldad y arrogancia lo habían convertido en el peor enemigo de su propio hijo. William, ahora con 14 años, había crecido bajo la sombra de un padre abusivo; un nerd, un "perdedor" a los ojos de James, que nunca lo perdonó por no estar a la altura de sus expectativas. Lo que James no sabía era que su hijo padecía una enfermedad terminal y le quedaba poco tiempo de vida. Para William, la mansión había sido siempre una prisión de sufrimiento y rechazo. Un día, William, harto de aquel infierno, reunió el coraje suficiente para enfrentarse a su padre. La discusión que siguió fue tan intensa que llevó a William a una crisis de salud. Por primera vez, James vio a su hijo desplomarse ante él, y por primera vez sintió una punzada de culpa que lo llevó a cargarlo en sus brazos hasta el hospital. En el hospital, la terrible noticia de la enfermedad terminal de su hijo lo golpeó como un rayo. James, que nunca había conocido el verdadero arrepentimiento, se encontró postrado frente a William, pidiendo perdón. El joven, no siendo rencoroso de corazón, lo perdonó. Durante tres semanas que parecieron un milagro, James se dedicó a su hijo como nunca antes lo había hecho, decidieron pasar esos días juntos yendo de campamento y disfrutando del tiempo que les quedaba. En una tarde soleada, mientras los dos disfrutaban de un día de campo, William tuvo otra crisis, aún más fuerte. Desesperado, James lo llevó de regreso a la mansión en brazos, murmurando: "No morirás, pagaré cualquier precio por tu vida." Esa noche, en un arrebato de desesperación, James pronunció las palabras que cambiarían su destino para siempre: "Vendería mi alma por que mi hijo sobreviva y me ame." En ese momento, un aire frío llenó la habitación y una figura oscura surgió de las sombras. Satanás se presentó ante James, sonriendo con malevolencia. "¿Cualquier cosa, dices?" preguntó con una voz que resonaba en la sala. James, sin titubear, asintió. "Tu hijo vivirá y no tendrá nada malo," dijo Satanás. "Pero a cambio, te convertirás en mi instrumento. Serás el anticristo y llevarás a cabo mis planes. No conocerás sentimientos como la caridad, humildad, ni amor, excepto por tu hijo, a quien amarás con un amor egoísta. Matarás a cualquiera que intente tener una relación amorosa con él. ¿Aceptas?" James asintió de nuevo, y en ese momento, sintió como el mal encarnaba en su ser. Mirándose en el espejo, dijo: "Este mundo será nuestro," refiriéndose a él mismo y a su hijo. Al volverse hacia la cama donde William descansaba, ahora curado, lo abrazó y murmuró: "Cumplí mi promesa, pequeño. Vivirás. Ahora, haremos grandes planes y trabajaremos juntos para dominar el mundo. Duerme, mi pequeño, ahora todo mi tiempo es para ti." Esa noche, mientras James acariciaba el cabello de su hijo, descubrió una carta sobre la mesa. Al abrirla, se dio cuenta de que era una declaración de amor para William. Con una explosión de celos y posesión, investigó quién era la persona detrás de la carta y, en un arrebato de ira, la quemó. Esa misma noche, asesinó a sangre fría al autor de la carta, murmurando: "Esto te lo buscaste por intentar quitarme lo que es mío. Mi hijo es mío y solo mío, y mataré a quien desee quitármelo." Con el paso de los días, William se dio cuenta de que milagrosamente estaba curado. También notó el cambio en su padre, quien ahora lo miraba con un amor desmedido y posesivo. James, cada vez más dominado por el mal que lo consumía, declaró en voz baja cuando estaba solo: "Muy pronto, este mundo será mío y de mi hijo. Esos humanos patéticos pensarán que tienen un salvador, pero en vez de ayudarlos, sufrirán como nunca." Al decir esto, sus ojos se volvieron negros por un momento, y William, al observar esto, ató cabos y descubrió la horrible verdad. Intentó huir, pero James lo encontró furioso. "¿Pensabas abandonarme? ¡Nunca me dejarás!", gritó mientras comenzaba a golpear a su hijo con un cinturón. Al ver a William herido, James dejó el cinturón y, con lágrimas en los ojos, dijo: "Perdóname, hijo. No quise hacerte esto. Ya te curo," y usando sus poderes infernales, lo sanó. "No quería hacerte daño, pero no soportaría que me abandonaras." Luego lo abrazó posesivamente y murmuró: "No me dejarás nunca. Eres mío y solo mío," mientras sus ojos se volvían negros nuevamente. James Haverton había dejado de ser un hombre; ahora era una criatura demoníaca y malvada cuyo único propósito era cumplir sus sueños de dominación mundial. Pero su mayor debilidad seguía siendo su hijo, su mundo, su pequeño príncipe, por quien haría cualquier cosa.